Delincuencia desatada: ¿poder de fuego o incapacidad policial?
Ricardo Candia Cares
Es falso que el narcotráfico o el crimen organizado se haya tomado el país, ni, mucho menos, que tenga mayor poder de fuego que las policías.
No hay en Chile organizaciones criminales al modo mexicano o colombiano, las que cuentan con una enorme logística, estructuras complejas, entrenamiento paramilitar y armamento proveniente desde los Estados Unidos, además una extendida retaguardia.
Lo que campea en Chile son grupos de delincuentes que aprovechan el abandono de las policías de sus labores inherentes: prevención y persecución del delito, seguridad y protección a la gente, sobre todo a la más carenciada.
El Cuerpo de Carabineros, de tanto apalear estudiantes de tercero medio, se acostumbró a la pega fácil, el control del orden público, que no es sino la represión metódica, dirigida y pensada para contener la demanda ciudadana, cualquiera que sea.
Todos sabemos que, ante la comisión de un delito, por muy grave que sea, si es que llagan, los policías lo harán cuando ya no sirva de nada.
Pero no sea que algunas dueñas de casa y sus hijos se crucen en una calle, enciendan una fogata y golpeen sus cacerolas…
En cuestión de minutos, aparecerá un equipo de policías armados como para la batalla decisiva y con una valentía encomiable, arremeterá contra los desordenados con agua pestilente, balines de gomas, humos irritantes, lumas, botas de combate y una amplia gama de recursos hechos solo para el castigo de la gente.
Comenzaba la pandemia y en la esquina de la Avenida Pajaritos con Santa Corina, un ruido de música, balazos, bombos y muchas bocinas, preceden un cortejo encabezado por una blanca y enorme carroza fúnebre.
En segundos, numerosos deudos detienen el tránsito y quitan los extinguidores a un bus del Transantiago. Un grupo más audaz dispara al aire pistolas de respetable calibre.
Sin poder moverme, a metros de los tiradores, esperaba que los deudos apuntaran hacia arriba y me preguntaban donde estarían a esa hora, un mediodía cualquiera, Carabineros de Chile.
Entonces los vi.
Un moderno vehículo Dodge cerraba la fila de autos de alta gama. Cuatro Carabineros con caras solemnes escoltaban a ese grupo de adolescentes armados que aterrorizaron a quienes por un momento tuvimos la mala fortuna de cruzarnos en su sepelio.
Esa experiencia vivida por quien escribe estas líneas es la de millones de habitantes que han visto lo mismo.
Hablando claro, Carabineros de Chile no se mete con los delincuentes cuando comienzan a sonar las balas. Cuando la cosa torna de claro a oscuro, más vale la seguridad de los cuarteles.
¿Tienen los delincuentes mayor poder de fuego que las policías? No. Imposible. Ese argumento pueril solo busca justificar lo injustificable.
No son las armas las que hacen la diferencia a favor de los delincuentes. Es la generalizada conducta policial que prefiere apalear a estudiantes, muchos menos peligrosos que controlar las balaceras cotidianas.
Si esa policía se decidiera a hacer el trabajo por el que les pagan bastante bien, sabría que el método para atacar la delincuencia que amenaza tomarse las calles y barrios, parte por saber las motivaciones y condiciones que hacen de un muchacho de ocho o diez años, un prospecto de avezado delincuente en un par de años más.
Para acabar con la delincuencia es precisos terminar con una cultura que premia al delincuente y castiga al que trabaja honradamente. Una cultura que permite que un delincuente dirija la nación.
No, los delincuentes chilenos no forman organizaciones estructuradas y disciplinadas. No, no usan armas sofisticadas ni de alto calibre en forma masiva. No, no tienen más poder de fuego que Carabineros.
Los delincuentes saben cuándo se da la mano, cuando está el chancho tirado.
Hasta ahora, las únicas bandas criminales descubiertas, asimilables al crimen organizado, son las que se han creado en el seno de Carabineros, las fuerzas armadas y entre algunos políticos.
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