… y aquí estoy, en La Higuera, el pequeño caserío donde hace 43 años un soldadito que no sabía lo que mataba, disparaba sobre Ernesto Guevara de la Serna, el Ché.
Después de 2 meses de trabajo voluntario en la intensa ciudad de Potosí, salí la mañana del domingo sin mapa en la mano y con el corazón lleno de cariño y gratitud. Ya eran parte esencial de mi equipaje espiritual los hermanos de La Colmena, las compañeras de Contexto, lxs Socixs cómplices de Apsisobol, las amigas de Trabajo Social, los rostros y manos de la Aldea SOS.
Tomar una movilidad que me llevara a Sucre y de ahí continuar la búsqueda del camino para llegar a La Higuera. Ya había estado haciendo averiguaciones por los buses, lugares y horarios que me permitieran acceder a ese caserío en medio de las montañas bolivianas, pero sin lograr encontrar ninguna coordenada precisa.
Sin datos ni mapa llegué a la Ciudad Blanca, y en la terminal de buses seguí en mi búsqueda. A las 5 de la tarde, ya estaba arriba de una micro-bus rumbo a Santa Cruz y con la única indicación de que en 10 horas de viaje, me tenía que bajar en un cruce de carretera llamado Mataral.
Por las intensas lluvias y derrumbes en el camino, la carretera Cochabamba-Santa Cruz estaba cerrada. La carretera Sucre-Santa Cruz, también. Don Carlos, el chofer de la micro-bus, conocedor de su oficio, tomó el camino viejo: tierra, lodo, y a ratitos, asfalto.
No fueron 10, fueron 12 horas de un viaje con sobresaltos, mucho bamboleo y de paradas técnicas para que la concurrencia bajara en masa a orinar. A las 6.30 de la mañana, yacía yo en el cuasi desolado cruce de Mataral, sin ubicación espacial en mi cabeza y sin certeza de si estaba en el lugar correcto.
Después de casi dos horas de espera logré subirme a una vagoneta, que en dirección ascendente, me llevó a Valle Grande, una ciudad intermedia de la cual se dice se festejan buenos carnavales, de que los más viejos tienen altares de un hombre barbudo con boina al cual prenden velas, y de la cual (digo yo) venden las mejores empanadas salteñas de toda Bolivia, y chance, hasta de la misma Salta.
Ya en Valle Grande empecé a deambular por sus calles, cuan loco de pueblo, preguntando a diestra y siniestra: “¿Por aquí se va a La Higuera?… ¿La misma Higuera donde mataron al Ché?... ¿Y dónde se coge alguna movilidad para llegar allá?
Entre que yo hablé y entre que me hablaron, casi sin darme ni cuenta, estaba arriba de un taxi colectivo que se dirigía a mi lugar de destino. Entre curvas, ascensos y acantilados, nos fuimos internando en las montañas, haciendo a un lado las nubes. El angosto camino no sólo era culebrero, sino que además, con mucho fango por las torrenciales lluvias de la víspera y en algunos sectores en franco peligro de hundimiento.
Tras 2 horas y media de una senda diseñada por la imaginación de Indiana Jones, en medio de un paisaje panorámico impresionante y una vegetación alucinada, llegamos a La Higuera.
15 casas, 20 familias, 1 escuela donde estudian 20 niños pequeños, 2 médicos internacionalistas cubanos, 1 calle de tierra y 1 casita de adobe de 2x3 donde hace más de cuatro décadas un hombre salió por su puerta a la eternidad.
"http://www.espontaneocomunitario.blogspot.com/"
Después de 2 meses de trabajo voluntario en la intensa ciudad de Potosí, salí la mañana del domingo sin mapa en la mano y con el corazón lleno de cariño y gratitud. Ya eran parte esencial de mi equipaje espiritual los hermanos de La Colmena, las compañeras de Contexto, lxs Socixs cómplices de Apsisobol, las amigas de Trabajo Social, los rostros y manos de la Aldea SOS.
Tomar una movilidad que me llevara a Sucre y de ahí continuar la búsqueda del camino para llegar a La Higuera. Ya había estado haciendo averiguaciones por los buses, lugares y horarios que me permitieran acceder a ese caserío en medio de las montañas bolivianas, pero sin lograr encontrar ninguna coordenada precisa.
Sin datos ni mapa llegué a la Ciudad Blanca, y en la terminal de buses seguí en mi búsqueda. A las 5 de la tarde, ya estaba arriba de una micro-bus rumbo a Santa Cruz y con la única indicación de que en 10 horas de viaje, me tenía que bajar en un cruce de carretera llamado Mataral.
Por las intensas lluvias y derrumbes en el camino, la carretera Cochabamba-Santa Cruz estaba cerrada. La carretera Sucre-Santa Cruz, también. Don Carlos, el chofer de la micro-bus, conocedor de su oficio, tomó el camino viejo: tierra, lodo, y a ratitos, asfalto.
No fueron 10, fueron 12 horas de un viaje con sobresaltos, mucho bamboleo y de paradas técnicas para que la concurrencia bajara en masa a orinar. A las 6.30 de la mañana, yacía yo en el cuasi desolado cruce de Mataral, sin ubicación espacial en mi cabeza y sin certeza de si estaba en el lugar correcto.
Después de casi dos horas de espera logré subirme a una vagoneta, que en dirección ascendente, me llevó a Valle Grande, una ciudad intermedia de la cual se dice se festejan buenos carnavales, de que los más viejos tienen altares de un hombre barbudo con boina al cual prenden velas, y de la cual (digo yo) venden las mejores empanadas salteñas de toda Bolivia, y chance, hasta de la misma Salta.
Ya en Valle Grande empecé a deambular por sus calles, cuan loco de pueblo, preguntando a diestra y siniestra: “¿Por aquí se va a La Higuera?… ¿La misma Higuera donde mataron al Ché?... ¿Y dónde se coge alguna movilidad para llegar allá?
Entre que yo hablé y entre que me hablaron, casi sin darme ni cuenta, estaba arriba de un taxi colectivo que se dirigía a mi lugar de destino. Entre curvas, ascensos y acantilados, nos fuimos internando en las montañas, haciendo a un lado las nubes. El angosto camino no sólo era culebrero, sino que además, con mucho fango por las torrenciales lluvias de la víspera y en algunos sectores en franco peligro de hundimiento.
Tras 2 horas y media de una senda diseñada por la imaginación de Indiana Jones, en medio de un paisaje panorámico impresionante y una vegetación alucinada, llegamos a La Higuera.
15 casas, 20 familias, 1 escuela donde estudian 20 niños pequeños, 2 médicos internacionalistas cubanos, 1 calle de tierra y 1 casita de adobe de 2x3 donde hace más de cuatro décadas un hombre salió por su puerta a la eternidad.
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