Fernando Quilodrán
Durante muchos años, en tiempos de “optimismo histórico”, cuando se abría paso el proceso de descolonización y los países No Alineados eran protagonistas de la historia, en un mundo consciente de sus contradicciones pero a la vez orgulloso por haber derrotado la barbarie nazi que amenazaba a toda la humanidad… En aquellos tiempos la mayoría de la gente pensaba que la rueda de la historia giraba siempre hacia la izquierda, es decir, en términos positivos, progresistas.
Se entendía que los procesos de avanzada, los que iban hacia el progreso, la democracia, la justicia social, eran irreversibles. Que la rueda de la historia no podía girar hacia atrás.
Eso, que parecía anti natura, se hizo realidad sin embargo al finalizar el siglo XX, y los pueblos del mundo tomaron nota, con estupor y sin que todavía puedan explicárselo satisfactoriamente, de un hecho insólito: que los procesos sociales podían involucionar, que el camino de la humanidad no era en un solo sentido, que había el “retorno”, la vuelta atrás.
Pero, a pesar de las enormes dificultades para elevar a racionalidad esos procesos involutivos, una evidencia se apareció ante todos: que las causas de las “caídas” –por ejemplo, de “los socialismos reales”- había que buscarlas en interior mismo de esas sociedades, la marcha de su historia, la lógica de sus estructuras y procesos.
Hoy, nos enfrentamos a una evidente involución, un retroceso histórico de proporciones, aunque ocurra todo ello en el estrecho marco de nuestra nación, un país pobre y periférico.
Y, una vez más: las causas “finales” de tal vuelta atrás de la rueda de la historia, hay que buscarlas en el interior mismo del proceso.
Y es que el pueblo chileno, el grueso de nuestra población, luego de haber sustentado un proceso de transformaciones profundas fue objeto de un zarpazo que lo privó de todo derecho, atropelló su dignidad y su existencia y hasta le sustrajo la esperanza. Y ese mismo pueblo, tras largos años de resistencia y apelando a formas diversas de lucha, logró desprenderse de la dictadura ominosa de una casta y de una clase para recuperar su identidad y echar a andar de nuevo la rueda de la historia.
¿Le faltó, al pueblo, la lucidez necesaria para seguir el rumbo del progreso social, de la democracia plural, de la tolerancia y el respeto a los derechos sociales y políticos? O, más bien dicho y en otras palabras: ¿pudo el pueblo efectivamente ser protagonista de su suerte, influir en las grandes decisiones y apoyar, por lo tanto, el avance de la historia en un sentido progresista? ¿O fue, más bien –o más mal- escamoteado de esos derechos y, a favor de una galopante demagogia y de una “privatización” de su conciencia, debió contentarse con el esmirriado papel de espectador de sus propias frustraciones?
Y, entonces, quedaron en el escenario, y solos, los grandes y excluyentes contendientes de estos últimos decenios: los que habían provocado el mayor retroceso, con el golpe de 1973, por un lado, y del otro los que habían logrado detener el giro contrario de la rueda de la historia y hacerla marchar hacia delante.
Y, otra vez: las causas de los cambios deben ser explicados por las propias contradicciones de cada realidad, de cada proceso. Los que se habían hecho intérpretes de los cambios y del rescate nacional, se denotaron incapaces de una tarea de tal envergadura. No rompieron todos los candados que impedían el rodar libre de la historia. Asumieron como propias banderas del pasado reciente y ominoso, le tuvieron miedo a la democracia, fueron mezquinos en sus planes y proyectos, fueron víctimas de complejos y limitaciones de clase y no miraron hacia el pueblo que les había confiado el poder sino, más bien, se encastillaron en posiciones hacia las cuales no podían acceder las miradas vigilantes del pueblo. Y cayeron. Ahora, se discute si habrán aprendido a la lección; dura lección cuya cuenta pagan los más…
Pero otra lección se nos hace evidente, y es que no es lo normal ni lo más frecuente que la rueda de la historia gire en sentido inverso a los intereses de la humanidad. Y de esa constatación mil veces confirmada y pese a todos los retrocesos que estorban su desarrollo, saldrá fortalecida la necesidad hecha conciencia de reponer en su sitio los instrumentos de los acuerdos y las voluntades para echar a andar los cambios por los que el pueblo chileno, como otros pueblos de nuestra América y del mundo, tanto han sufrido y luchado.
A los que puedan creerse fundadores de “un Reich para mil años”, como proclamó Hitler, o de la muerte de las ideología y “el fin de la historia”, bien les haría consultar esas mismas páginas y mirar hacia el interior de la conciencia de un pueblo que no tardará en recuperar su memoria y poner en limpio los instrumentos de su pronta liberación.
Y por ahora: ánimo que “¡Aún tenemos (mucha) PATRIA y (mucho) HONOR, ciudadanos!”
(*) Fernando Quilodrán: Periodista, novelista, cuentista y poeta chileno (última publicación es “Averiguación del Tiempo”), varias veces Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Director de El Siglo.
Durante muchos años, en tiempos de “optimismo histórico”, cuando se abría paso el proceso de descolonización y los países No Alineados eran protagonistas de la historia, en un mundo consciente de sus contradicciones pero a la vez orgulloso por haber derrotado la barbarie nazi que amenazaba a toda la humanidad… En aquellos tiempos la mayoría de la gente pensaba que la rueda de la historia giraba siempre hacia la izquierda, es decir, en términos positivos, progresistas.
Se entendía que los procesos de avanzada, los que iban hacia el progreso, la democracia, la justicia social, eran irreversibles. Que la rueda de la historia no podía girar hacia atrás.
Eso, que parecía anti natura, se hizo realidad sin embargo al finalizar el siglo XX, y los pueblos del mundo tomaron nota, con estupor y sin que todavía puedan explicárselo satisfactoriamente, de un hecho insólito: que los procesos sociales podían involucionar, que el camino de la humanidad no era en un solo sentido, que había el “retorno”, la vuelta atrás.
Pero, a pesar de las enormes dificultades para elevar a racionalidad esos procesos involutivos, una evidencia se apareció ante todos: que las causas de las “caídas” –por ejemplo, de “los socialismos reales”- había que buscarlas en interior mismo de esas sociedades, la marcha de su historia, la lógica de sus estructuras y procesos.
Hoy, nos enfrentamos a una evidente involución, un retroceso histórico de proporciones, aunque ocurra todo ello en el estrecho marco de nuestra nación, un país pobre y periférico.
Y, una vez más: las causas “finales” de tal vuelta atrás de la rueda de la historia, hay que buscarlas en el interior mismo del proceso.
Y es que el pueblo chileno, el grueso de nuestra población, luego de haber sustentado un proceso de transformaciones profundas fue objeto de un zarpazo que lo privó de todo derecho, atropelló su dignidad y su existencia y hasta le sustrajo la esperanza. Y ese mismo pueblo, tras largos años de resistencia y apelando a formas diversas de lucha, logró desprenderse de la dictadura ominosa de una casta y de una clase para recuperar su identidad y echar a andar de nuevo la rueda de la historia.
¿Le faltó, al pueblo, la lucidez necesaria para seguir el rumbo del progreso social, de la democracia plural, de la tolerancia y el respeto a los derechos sociales y políticos? O, más bien dicho y en otras palabras: ¿pudo el pueblo efectivamente ser protagonista de su suerte, influir en las grandes decisiones y apoyar, por lo tanto, el avance de la historia en un sentido progresista? ¿O fue, más bien –o más mal- escamoteado de esos derechos y, a favor de una galopante demagogia y de una “privatización” de su conciencia, debió contentarse con el esmirriado papel de espectador de sus propias frustraciones?
Y, entonces, quedaron en el escenario, y solos, los grandes y excluyentes contendientes de estos últimos decenios: los que habían provocado el mayor retroceso, con el golpe de 1973, por un lado, y del otro los que habían logrado detener el giro contrario de la rueda de la historia y hacerla marchar hacia delante.
Y, otra vez: las causas de los cambios deben ser explicados por las propias contradicciones de cada realidad, de cada proceso. Los que se habían hecho intérpretes de los cambios y del rescate nacional, se denotaron incapaces de una tarea de tal envergadura. No rompieron todos los candados que impedían el rodar libre de la historia. Asumieron como propias banderas del pasado reciente y ominoso, le tuvieron miedo a la democracia, fueron mezquinos en sus planes y proyectos, fueron víctimas de complejos y limitaciones de clase y no miraron hacia el pueblo que les había confiado el poder sino, más bien, se encastillaron en posiciones hacia las cuales no podían acceder las miradas vigilantes del pueblo. Y cayeron. Ahora, se discute si habrán aprendido a la lección; dura lección cuya cuenta pagan los más…
Pero otra lección se nos hace evidente, y es que no es lo normal ni lo más frecuente que la rueda de la historia gire en sentido inverso a los intereses de la humanidad. Y de esa constatación mil veces confirmada y pese a todos los retrocesos que estorban su desarrollo, saldrá fortalecida la necesidad hecha conciencia de reponer en su sitio los instrumentos de los acuerdos y las voluntades para echar a andar los cambios por los que el pueblo chileno, como otros pueblos de nuestra América y del mundo, tanto han sufrido y luchado.
A los que puedan creerse fundadores de “un Reich para mil años”, como proclamó Hitler, o de la muerte de las ideología y “el fin de la historia”, bien les haría consultar esas mismas páginas y mirar hacia el interior de la conciencia de un pueblo que no tardará en recuperar su memoria y poner en limpio los instrumentos de su pronta liberación.
Y por ahora: ánimo que “¡Aún tenemos (mucha) PATRIA y (mucho) HONOR, ciudadanos!”
(*) Fernando Quilodrán: Periodista, novelista, cuentista y poeta chileno (última publicación es “Averiguación del Tiempo”), varias veces Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Director de El Siglo.
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